En octubre nos ha visitado la lluvia en dos ocasiones: el segundo y cuarto domingo. Por eso hoy no hemos salido a procesionar por las calles, y el rosario se ha desarrollado en el interior del templo. Se ha rezado cantando-piropeando a la Señora del Rosario desde nuestra poquedad y humildad, ya que nos vemos como muy necesitados de su amparo y protección. Ella que se ha definido como la esclava del Señor nos ha marcado el camino de la humildad, virtud que es la morada de la caridad y que nos aleja de la autocomplacencia tan propia de los soberbios. En cuanto aumenta nuestro amor a ella, más nos entregamos a la ayuda de nuestros vecinos.

Rezamos juntos para pedir por el pueblo de Benicarló, por las parroquias, por las necesidades. Y si a María la llaman bienaventurada todas las generaciones por su humildad, a nosotros ¿cómo cuando aumentamos la esperanza del cielo y agradecemos todo el bien que podemos hacer y recibir en este acto tan arraigado en Benicarló? Rezamos, porque nos sentimos necesitados, humildes, pequeños y queremos que todos lleguemos a formar una comunidad vibrante de hijos enamorados de María.

Ella nos guía a convivir con Jesús y a estar pendientes de los demás. Hoy nos hemos visto acompañados por los implosivos compases que esta mañana han resonado en el templo por el grupo perseverante de los músicos, y por las voces de todos que brotaban de nuestros corazones: el Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo…; la respuesta del santa María madre de Dios ruega por nosotros pecadores; los penetrantes sonidos que entonan el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y esa oración tan íntima y cariñosa de llamar Padre a Dios del Padre nuestro para que venga su Reino y finalmente, reunidos ante la Virgen del Roser, con el canto de los gozos que después de piropear a la Señora (tus hermosos ojos, llenos de piedades a nosotros vuelve soberana madre) terminan con la súplica de que en las aflicciones siempre nos ampares. Somos como niños, pero qué bien se reposa en su regazo de madre.

Estamos contentos porque en grupo hemos rezado y cantado a la Omnipotencia suplicante y le hemos pedido su amparo, su alivio para cada uno de los benicarlandos. La oración nos llena de alegría y aumenta cada día nuestro deseo de amar más y mejor a Jesús y a cada uno de nuestros hermanos. ¡Qué bello es mirar al otro tal como es mirado por Ella, y qué fuerzas nos regala cuando en la humildad nos sentimos como hijos suyos!

























