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Bodas de oro en la familia sacerdotal-diaconal

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Mosén Arín, en tus bodas de oro sacerdotales, rodeado de sacerdotes en la festividad de san Bartolomé en Benicarló se me ha aparecido como una rosa conformada por el corazón rodeado de sus pétalos. Por eso, mi felicitación va dirigida a la rosa familiar. Una rosa-cáliz con 12 rosa-pétalos de un rojo fascinante y un blanco festivo pletórica del don de sabiduría familiar. Y en el frontispicio el apóstol San Bartolomé que recibió ni más ni menos el elogio de labios de Jesús: he aquí un israelita en el que no hay engaño, ni doblez. Y basado en este piropo se llenó de la alegría fecunda del Espíritu cuando escuchó la palabra mágica y apasionante: Sígueme.

Y el sígueme es y está aureolado, tanto por el rojo de la sangre redentora, como por la sencillez inmaculada del blanco, eso sí, pero siempre teñido y relucido por esa gasa flotante de la alegría. Alegría porque sí, porque brota sin límite y gozosa en el don y regalo que está siempre viviente en la jugosa llamada del Señor de los señores. ¡Me ha llamado el Señor de la vida, de la muerte, de todo lo creado, de la felicidad! ¡Heme aquí!

Y esa alegría se palpa y se saborea en cada una de las sonrisas que te acompañan, José Luis. Por eso, de nuevo felicidades a la rosa-cáliz con sus 12 pétalos sonrientes que te acompañan rodeándote con el gozo de la paz. Eres la rosa-cáliz acompañada y apoyada por la familia redimida. Si maravillosas son las felicidades por tus 50, cuánto más serán al añadir las de tu familia. A Dios le gusta la fraternidad, porque su deleite es vivir con cada uno de vosotros. Nos ha regalado el don de la familia sacerdotal. Sí, Dios, más que regalo, entrega dones que no son más que regalos multiplicados por mil.

Somos pequeños, cierto, y pecadores, pero precisamente por eso nos llama el Señor. Su debilidad es la pequeñez, el silencio, el hacer el bien sin mirar a quien. Y es tan generoso con los que trabajan de sol a sol, como con los que han trabajado unas pocas horas. Su don y su regalo está precisamente en su llamada. Por eso, José Luis, nos ayudamos a pedirle que nos deje trabajar de sol a sol y hasta un poquito más. La paga ya está incluida en su llamada. Y cuando nos llama ya nos inunda de dones, no merecidos, sino donados. Dios es así. Por eso le pedimos que nos ayude a descubrir este don alegre y maravilloso de la llamada que, en esta ocasión, además de personal es familiar. ¡Nos ha llamado en familia! A Dios le gusta la familia a la que le regala dones y más dones. ¡Que veamos, Señor, quién eres y qué nos pides cuando tanto nos donas!

La pequeñez, la humildad y esas ganas de pedir perdón rectificando siempre que sea necesario son del agrado del Señor. Somos su regusto, su motivo de ser. Nos ha hecho imprescindibles, a nosotros que somos prescindibles. El Señor tiene sus planes y no para hasta que los vivamos y los hagamos carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangra. Por eso se vuelca más, todavía más si cabe, en cada uno de tus acompañantes. Cuanto más pequeños, más se abalanza en riadas y cascadas de amores fecundos. Sois la familia sacerdotal de Jesús que anda presurosa bajo el aliciente de la llamada del Rey de reyes. Pequeños, pero con Él, ganadores para el ciento por uno y la vida eterna.

Nos llenó de alegría, José Luis, veros en el altar rodeado de tantos amigos, hermanos. Una familia, cada uno en su sitio, cada uno diferente, pero unidos en el amor, que siempre camina desde la gracia del don del sacerdocio. Ya desde la elección de esta familia se confirmó aquel sois el Hijo amado del Padre. Y desde ese momento, – ¡qué bien suena el sois sacerdotes para

la eternidad cantado por el Coro de la Salle!,- vais acompañados, siempre, siempre, por la mirada cariñosa del Padre. Ese Hijo amado resuena en cada uno de vuestros corazones. Hijos en el Hijo. El Padre ve en cada uno de vuestros rostros, el de su Hijo amado. No aparta su mirada de cada uno de esa familia, porque en cada uno de vosotros se extasía con su Hijo amado. Su llamada es la expresión de su Amor ardiente. Y, por ende, flota esa alegría blanca y roja a la vez, que tanto inspira y ayuda a los que estuvimos acompañándoos.

Donde estéis, donde recibís buenas noticias, o incomprensiones; en un pueblo, o en otro; en momentos bellos de la vida y en los de atasco. Siempre, siempre estáis acompañados por esa palabra: eres mi Hijo, el amado en quien tengo mis complacencias.

Y eso durante un día, y otro, semana, mes, año. Dios no tiene tiempo, pero nos regaló nuestro tiempo para conquistar el suyo, el verdadero, siempre con el apoyo de su gracia, su cielo, su eternidad, su modo de vida. Y esa esperanza nos anima a vivir y revivir al modo de Jesús. Y cuando hemos trabajado solamente una hora, nos dice: ánimo, de sol a sol, y un poquito más. El cielo ya está incluido e inmerso en su llamada, y nos hace ser acompañantes de tantas y tantas almas que os miran, que os observan. ¡Cuánto bien se desparrama en vuestro seguimiento al silbo amoroso del Pastor! Siempre a nuestro lado, siempre vibrando a su deseo. Sois los observadores participantes del amor de Cristo que queréis que se encienda en cada alma, en cada corazón que pasa a vuestro lado. Nadie que os vea, José Luis y familia, se quede sin ganas de unirse y vivir como Jesús. ¡Es la felicidad conquistada y donada a la vez!

El camino siempre está teñido de rojo, como la sangre de Cristo, y siempre animado por la fina lluvia de la pureza del blanco. Blanco, rojo, pero enamorados siempre. Ya se sabe que, para los enamorados, ni los montes, ni los fracasos atascan el amor. Cristo no quiere que se prenda fuego con cerillitas, sino con hornos y volcanes de amor. Eso sí que es apostolado a lo divino. Y cada momento, conocido o no por vosotros, siempre a vuestro paso, se encienden lucecitas del quien es la Luz del mundo.

Llamados, José Luis y familia, a tanta honra, se anda con la seguridad alegre de que sois su Hijo amado en quien tiene puestas todas sus complacencias. Y eso desde la pequeñez, desde la humildad. Desde el silencio creador que tanto le gusta al Señor de los señores. Así se luce Cristo, a quien le habéis regalado vuestra vida incondicionalmente. Y así ofrendáis, con el cáliz y los 12 pétalos, la ROSA regalada al pie del altar.

Mosén Arín, José Luis, un abrazo cariñoso, encendido de amores por esos 50 -y no se cuentan los preparados para la ordenación- y muchas felicidades. Mosén Arín, acompañado por los 12 pétalos –rojos y blancos- sois hoy un don precioso, la rosa que se entrega ya cortada al Señor y Señora de la vida para ir sembrando dones a cada uno de vuestros pasos. Habéis ofrecido la vida, pero con la belleza entregada de la rosa. Os queremos mucho tal cual sois, con esos deseos de servir más y mejor. Que vuestra vida familiar sea la rosa que hoy hemos contemplado al pie del altar y del apóstol san Bartolomé. Es la ofrenda, tal cual es, vivificada por el amor divino.

Y te doy gracias, como te ha dicho Mosén Carlos, por esa fecundidad que rodean vuestros pasos. Sois como antorchas que encienden la llama del amor verdadero. Y cuanto más pequeños, más humildes, mejor, con más intensidad reluce y se luce Cristo, que para eso habéis sido elegidos por el Omnipotente, por el Señor de Señores y por la Omnipotencia suplicante que es María. Él es vuestra compañía y con Él y con Ella qué bien se anda el camino. Confianza plena con la confianza alegre. Aunque a veces nos dejamos dominar por la pereza,

desánimo y nuestra poquedad. ¡Es tan necesaria la belleza de la rosa para quienes vivimos a vuestro lado!

Que te-os inunde la alegría de la divinidad, que te-os sintáis acompañados, amados, besados y abrazados por el Amor de los amores en cada momento e instante de tu-vuestra vida. Después del 50, aparecen los sesenta, los setenta, los… hasta que él te-os diga, y te-os corone, con esas palabras dichosas, piropos del amante: Venid, benditos de mi Padre porque fuiste- fuisteis, fiel-fieles, en lo poco. Te-os me doy, esta vez con más claridad, ya fuera del tiempo, para siempre, para siempre.

Sí, Dios Padre, te ha hecho Hijo suyo. Solamente tiene un Hijo y nos ha regalado ser hijo en el Hijo. Solamente tiene un Hijo y a ése le ama a su estilo divino. Sentirse como hijo suyo es algo tan intenso y tan maravilloso que cuando lo descubrimos atravesamos montañas, ríos, desiertos. A los enamorados no les pesan las piernas, ni los corazones para gozar de Él siempre, siempre, exclusivamente. Es el gozo que traspasa el alma.

Sé de un santo que cuando saludaba a sus hijitos les decía: veo brillar en vuestros rostros la sangre redentora de Cristo; ¡cómo no os tengo que querer!, les decía a la vez que les trazaba la cruz en su frente. Y, claro, así se andaba mejor el camino sintiéndose amados, acompañados de Alguien que ha sido capaz, por amor, de dar su vida por José Luis Arín, ahora sacerdote, y por esos 12 pétalos-rosa que conforman la familia sacerdotal-diaconal y que ya ha contemplado las maravillas del don de Dios durante esos 50 años.

Un abrazo y seguimos rezando por cada sacerdote de la diócesis, de sus parroquias y así nos ayudéis a encendernos en el amor de Cristo y de nuestra madre María santísima en estas dos advocaciones: santa María del Mar y Nuestra Señora de la Cinta.

Muchas felicidades. Ese día de san Bartolomé de 2023, en pleno mediodía, me ayudó a rezar por esa ROSA-CÁLIZ-PÉTALOS refulgentes. Conformáis una familia que nos invita a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismo. Muchas felicidades en estas bodas sacerdotales. Dios y María os bendigan siempre, siempre y que vuestra familia sacerdotal recorra el camino con el garbo de sentiros amados por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en cada uno de los momentos de vuestras vidas, os parezcan o no trascendentes. Desde el amor del Padre, todo os es ahora trascendente. Milagros del amor divino. Un abrazo y gracias por vuestra vida. Y seguiremos rezando todos los días de nuestra vida por cada uno de vosotros.

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